La lepra es una enfermedad crónica conocida desde los tiempos bíblicos, que guarda un estigma muy fuerte entre la población debido a la creencia histórica de que era incurable, mutilante y muy contagiosa. Es producida por una bacteria llamada Mycobacterium leprae descubierta en 1874 por el médico noruego Gerhard Armauer Hansen, debido a lo cual se le denomina bacilo de Hansen.
Afecta a cualquier raza; en la niñez tanto a hombres como a mujeres, y a partir de la adolescencia y edad adulta se presenta con mayor frecuencia en varones. Afecta a 5 de cada 100 personas expuestas. La trasmisión es 5-8 veces mayor dentro de la familia, el 29% de quienes conviven dentro del hogar se pueden afectar, pero sólo se observa lepra conyugal en el 6% de los casos.
La enfermedad afecta principalmente la piel, los nervios periféricos y la mucosa de las vías respiratorias superiores y de los ojos. Cuando hay un contacto estrecho y frecuente con enfermos no tratados, el bacilo se multiplica lentamente, el periodo de incubación es de unos 5 años y los síntomas pueden tardar hasta 20 años en aparecer. El 60% de los enfermos son bacilíferos, es decir que transmiten la bacteria con las gotitas nasales y orales.
Según las cifras oficiales procedentes de 103 países de 5 regiones de la OMS, la prevalencia registrada mundial de la lepra a finales de 2013 era de 180,618 casos, y ese mismo año se notificaron aproximadamente 215,656 nuevos casos.
En México, la endemia es de nivel medio, con prevalencia menor de 0.5 por cada 100,000 habitantes; en el 2014 se reportaron 702 casos de esa enfermedad, que si bien es difícilmente contagiosa, se han reportado 32,000 casos con predominio en tres focos: el centro-occidental que comprende los estados de Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Colima, Michoacán, Guanajuato, Guerrero, Aguascalientes, Distrito Federal, Zacatecas, Durango, Estado de México y Querétaro; el segundo foco es el peninsular conformado por Yucatán y Campeche; por último, el foco nororiental que abarca Nuevo León y Tamaulipas.
Los tipos clínicos
Desde el Congreso Internacional de la Lepra, celebrado en Madrid en el año de 1953, se aceptó la clasificación que hasta la fecha se utiliza, empleando parámetros clínico, baciloscópico, inmunológico e histopatológico. La actual clasificación incluye dos tipos polares (lepromatoso y tuberculoide) y dos grupos de casos (indeterminados y dimorfos), así como dos tipos de reacciones: tipo I (reacción de reversa) y tipo II (eritema nudoso, multiforme y necrosante).
Las formas clínicas polares son el tipo lepromatoso en el que la inmunidad se encuentra deteriorada, por lo tanto el bacilo se multiplica y se manifiesta clínicamente afectando principalmente la cara en región supraciliar e interciliar, mejillas y la nariz, los pabellones auriculares, el tronco, las nalgas y las extremidades en todas sus caras. Excepcionalmente pueden aparecer en la piel cabelluda, las palmas, las plantas y el glande. Las lesiones de la piel son nódulos o “bolitas” firmes de diversos tamaños, que pueden estar aislados o confluir; pueden ser del color de la piel, tener vasitos en su superficie o ser “rojitas”.
La progresión de las lesiones sin tratamiento causa grandes deformaciones. Existe extensa destrucción de tejidos, por ejemplo del cartílago nasal y orejas, apareciendo en fases avanzadas la típica «facies leonina», caracterizada por múltiples nódulos o lepromas diseminados en la cara y pabellones auriculares, pómulos pronunciados y caída de la cola de las cejas. También hay afectación difusa de los nervios periféricos con pérdidas sensoriales.
En el otro polo se encuentra la lepra tuberculoide en la que hay una fuerte reacción celular pero baja humoral (baja titulación de anticuerpos). En este polo del espectro la afección clínica sólo se manifiesta en la piel y el sistema nervioso periférico. Las lesiones no son muy numerosas: es casi siempre en la cara, tronco, extremidades y nalgas. Se presentan placas en la piel que se muestran infiltradas, brillosas, bien limitadas, de formas variables, con escamas en su superficie y con un borde más activo. También es posible observar nódulos de consistencia firme, con superficie brillante y tamaños variables. Todas las lesiones son anestésicas (es decir, el paciente no siente cuando las tocan) y con tendencia a la curación espontánea, que deja zonas de atrofia que permanecen disestésicas o con pérdida de sensibilidad.
El diagnóstico temprano y el tratamiento multimedicamentoso siguen siendo los elementos fundamentales para lograr la eliminación de la enfermedad y limitar el posible daño, ya que puede afectar de manera irreversible nervios periféricos y diversos órganos que pueden llegar a incapacitar al paciente para hacer sus actividades cotidianas.
Desde 1995, la OMS proporciona el tratamiento gratuitamente a todos los enfermos con lepra del mundo.
Es necesario que siempre se evalúe por un dermatológo y se realice un estudio epidemiológico para evitar que la persona propague la enfermedad y se trate a los contactos. El tratamiento consta de varios medicamentos que tienen que ser monitorizados por el médico tratante para llevar un adecuado control de la enfermedad y evitar fallas terapéuticas así como reacciones por los propios medicamentos.
Concluimos diciendo que la lepra es una enfermedad antigua que sigue vigente en la actualidad, que antes que estigmatizarla hay que conocerla, que existe tratamiento que la hace curable, sobre todo si se realiza oportunamente y que difícilmente es contagiosa, ya que para adquirirla se requiere convivencia estrecha y prolongada además de predisposición genética.
Dra. Claudia Baños Segura
Dermatóloga (CED.6417725)
Tel. 15523002594
clabase@hotmail.com