También conocidos como angiomas seniles, angiomas cereza o puntos de Campbell de Morgan, son de origen vascular, pequeñas lesiones rojizas puntiformes cutáneas de pequeño tamaño y naturaleza benigna. De aparición espontánea predominantemente, existe un cierto carácter hereditario en su aparición.
Descritos por primera vez a principios del siglo XIX por el cirujano británico Campbell de Morgan (1811-1876), son un tipo de lesión cutánea, muy frecuente en la población y muy característica. Pueden aparecer a cualquier edad a lo largo de la vida. Son menos numerosos en las primeras décadas de la vida, y su prevalencia aumenta a partir de la segunda o tercera década de la vida, hasta la senectud; a partir de la quinta década prácticamente la totalidad de las personas presentan este tipo de lesiones en mayor o menor número.
Su principal causa se desconoce, se desconocen también, los posibles factores predisponentes o agentes causales directos (pueden aparecer tras la exposición a diversos agentes químicos o en presencia de otras enfermedades sistémicas), aparecen de forma espontánea con la edad, y son considerados al día de hoy, un signo de envejecimiento cutáneo.
Su forma de presentación consiste en la presencia de unas pequeñas lesiones redondeadas, de superficie lisa o ligeramente sobre elevadas, de tamaño variable. Su característica principal radica en el característico color de estas lesiones, que adquieren un rojo vivo e intenso (rojo cereza).
Además, en su forma de presentación más frecuente, es difícil que la lesión sea única y es posible encontrar múltiples lesiones cercanas entre sí. Por lo general, son asintomáticos. Dado su origen vascular, se ha descrito la posibilidad de que puedan sangrar, principalmente en casos en que las lesiones se localizan en determinadas zonas de roce constante, o tras sufrir traumatismos sobre ellos.
Su localización preferente es el tronco, sobre todo la espalda, también pueden localizarse en cualquier otra parte del cuerpo, como las extremidades superiores, las inferiores, el cuello, la cara y el cuero cabelludo, aunque en menor número; de aparición espontánea, crecen en tamaño y aumentan en número con el paso de los años.
El tratamiento es opcional y obedece generalmente a criterios estéticos, que vienen determinados principalmente, en función del tamaño de las lesiones y su localización. Su tratamiento definitivo es, en general, sencillo y efectivo, aunque requiere el empleo de técnicas específicas: la electrocauterización, la crioterapia o la aplicación de láser de anilinas, ayudan a eliminar las lesiones de forma permanente.
En la gran mayoría de los casos, una o dos sesiones suelen ser suficientes para lograr que la lesión desaparezca de forma definitiva, con una mínima cicatriz o ninguna.
Aunque son lesiones eminentemente benignas, si con el paso del tiempo cambia su tamaño, color o apariencia, deben ser valoradas por un especialista en dermatología.
Dra. Minerva E. Vázquez Huerta
Médico cirujano y partero
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